Pensando Bourdieu. Reseña de (1987) Cosas dichas, de Pierre Bourdieu (4)
4. ¿Al pueblo lo que es del
pueblo? (II)
¿Cómo se traslada este discurso en el campo político? Pues
sencillamente, resulta “una estrategia
[que] perite a aquellos que pueden reivindicar una forma de proximidad con los
dominados colocarse como una suerte de poseedores de una surte de derecho de precedencia
sobre el pueblo” (p. 154). Esta estrategia resultaría del “resentimiento
suscitado por la quiebra de empresas intelectuales” o el “fracaso en la
integración al grupo intelectual dominante”. A digresión del comentarista,
recordemos que en el caso argentino, se vuelve nítida la construcción de una cultura estatal que
oficializará la figura del trabajador ganadero, asimilándose su identidad como
síntesis de las características deseables del ciudadano argentino en un
contexto de desembarco de importantes contingentes de inmigrantes, bases firmes
para un romanticismo conservador en permanente radicalización.
Otra variante de la utilización del concepto de pueblo bajo una
visión populista, como rehabilitación
del concepto de pueblo, con el efecto de hacer desaparecer los efectos de la
dominación “interesándose en mostrar que
‘el pueblo’ no tiene nada que envidiar a
los ‘burgueses’ en materia de cultura y distinción” (p. 155), Bourdieu se introduce aún más
contra un posicionamiento (presuntamente) políticamente correcto y cuestiona la
validez de la definición de lo popular
(háblese de cultura, lengua, etc.) en su relación con lo oficial-dominante. ¿Es acaso el rechazo que expone al lengua
dominada? ¿es el estigma la única forma de reivindicar el signo de su
identidad? Si la búsqueda de la distinción lleva a los dominados a afirmar lo
que los distingue y constituiría como vulgares, ¿debe hablarse de resistencia? Y si, por el contrario, se reivindicara en nombre de lo cual existe la dominación,
¿habría resistencia? ¿y perder aquello que acusa de “vulgaridad” sería
sumisión? Es, según Bourdieu, un punto de contradicción
insoluble, inscrito en la lógica misma de la dominación simbólica, un juego
en que “la resistencia puede ser alienante y la sumisión puede ser liberadora”
(p. 156).
Arriesgándonos a vulgarizar las ideas, pero bajo el compromiso
de corresponder a las pulsaciones posmodernas, no resulta menor permitir dos
planteos breves. Estos escrito bourdianos, del año 1983 y con el Muro aún en
pie, permitían pensar en una permeabilidad de lo político frente a resistencias
reales y retóricas. Pero producido el declive de un polo ideológico, la
vigencia de lo posmoderno o el inicio del neo-realismo estatal (situaciones
ambas donde el sujeto político ha vuelto a las cadenas ante el ocaso de fuegos
prometeicos), ¿no resulta acaso la pauperización un fragmento “saludable” de la
diversidad social y cultural elogiada por la globalización? La diversidad de
ofertas de “tours de la pobreza” bien recuerda las conclusiones de Pablo Rieznik
(Un mundo maravilloso) negando el
aparente progreso de la humanidad o el escepticismo europeo de Daniel Cohen (Tres lecciones sobre la sociedad post-industrial).
Del mismo modo que la acumulación estatal de riqueza siempre se
debió a acciones de regulaciones y apropiación del excedente, ¿puede pensarse
la apropiación de poder político “nacionalizando” y redistribución de derechos
y riqueza por vías alternativas? ¿No resulta acaso perfecta la relación interna
de gobiernos fuertes y sociedades (más que débiles) históricamente debilitadas?
¿es compatible el orden social equitativo con la aherrumbre de las concesiones
liberales? Vale recordar una vez más el histórico encuentro entre Fidel Castro
y Salvador Allende documentado en el El
diálogo de América, donde el presidente chileno niega la virulencia de las
clases dominantes y da por irreversible el proceso socialista chileno. También
la década del 90 evidenció como gobiernos latinoamericanos desinteresados del
destino de los grupos más precarizados podían alcanzar una alta movilización y adhesión
popular a través de la manipulación de la historia política y la utilización de
insumos selectivos.
Aunque estas cuestiones se mantienen vigentes, particularmente
al interior de la pragmática marxista, la posible armonización de valores e
intereses en un mundo en que persiste en la competencia y la destrucción nos
recuerda la lejanía del hombre con una naturaleza angelical.
Pareciese no marrar Bourdieu cuando afirma que “la resistencia se sitúa en terrenos muy
distintos del de la cultura en sentido estricto, donde ella no es nunca la
verdad de los más desposeídos” (p. 157). Paradójicamente, la lucha cultural
conjuntamente con el rumbo político dependerán esencialmente (nos arriesgamos a
considerar, aún sin la palabra del sociólogo francés) del estado de la cuestión
social y la capacidad de organización genuina para una transformación real
instituyente, habida cuenta de que las definiciones de valor dependerán ante
todo de la intensidad de la dominación clasista. Por eso mismo, ante el hecho
de la dominación política (la de los aparatos) conviene pensar junto con
Bourdieu que la revolución contra el clero político de la revolución está
siempre por hacerse.
5. A modo de conclusión
Coherente con una línea de pensamiento, Cosas dichas explicita los conceptos e ideas de uno de los
intelectuales más influyentes de su época, siendo una obra que, aun siendo quizás un ejercicio de ego, resume
una trayectoria de labor critica, interpela y problematiza presupuestos, profundiza
genealogías de ideas y traza líneas de análisis para futuras investigaciones.
Sin lugar a dudas, el pensamiento crítico es deudor de sus síntesis entre la determinación
económica del capital simbólico en las sociedades capitalistas y la búsqueda de
la racionalización de los dispositivos de poder de Foucault, conjunción tan
necesaria en sociedades que conceden permanentemente su libertad a los
expropiadores de la legitimidad de la violencia.
El problema que pareciera arrojar, entonces, la obra de Pierre
Bourdieu es qué hacer con la
dominación vivenciada, una pesada carga de la conciencia que nos iguala en la
diversidad humana.
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