El ciclo interminable. Anotaciones sobre "El mito del eterno retorno", de Mircea Eliade (parte 1)
ELIADE, MIRCEA.
(1949) El mito del eterno retorno, Emecé, Buenos Aires, 2001, traducción
de Ricardo Anaya, ISBN 950-04-2220-4.
1.
El curso de Historia de Ideas Políticas en el
profesorado resultó tan útil como arduo, donde la prolífica bibliografía y la
arenga constante derivaron, cuanto menos, en una nueva relación con la
escritura.
Fue entonces cuando tuve la oportunidad de accede a un par
de capítulos de un autor rumano, quién en sus descripciones del simbolismo de
la serpiente me provocaron toda una
alegría de descubrimiento. Su lectura renovaba el viaje a las civilizaciones
antiguas, en este caso a través del estudio simbólico de la experiencia
religiosa.
Habían transcurrido diez años desde entonces cuando en la
Biblioteca Pública Rivadavia (Trenque Lauquen) tropecé nuevamente con la obra. El
designio era evidente.
“Es
éste” –señalé discreto, y tras una anotación breve de la encargada, me arrojé a
la calle en el éxtasis y la desesperación del cariz de Eliade2.
Sabemos que el interés por el dominio del tiempo humano ha
sido una constante. La certidumbre por garantizar las condiciones de
reproducción en principio, y la obtención de una superioridad estratégica luego,
han estado vinculadas a la adquisición del control de la realidad a través de
un saber superior.
La
historia ha despertado el terror en las sociedades arcaicas, en cuya
cosmovisión se contemplaban todos los fundamentos para el adecuado
entendimiento del presente y los dilemas humanos inherentes. La no-repetición
de los ciclos, particularmente
ejemplificada en la historicidad judeo-cristiana, inscribe entonces las “buenas
nuevas” que entrañan la fatal experimentación de lo desconocido –no hay
prácticas rituales que liberen apriorísticamente de la fragilidad de la vida- y
la inscripción de los histórico o –dicho de otro modo- el reconocimiento de una
realidad signada por el Caos3.
Enlazada a la renovación de la historia se encuentran las antiquísimas
celebraciones del Año Nuevo. Operando como “cortes de tiempo” a través de
rituales específicos, declaran comestible a la nueva cosecha, liego de una expulsión
anual de demonios, enfermedades y pecados, acompañadas por la ablución y la purificación
de la comunidad.
La ceremonia ‘akitu’ babilónica procuraba la celebración
del dios Marduk sobre el monstruo marino Tiamat, actualizando una cosmogonía
que repetía el pasaje del Caos al Cosmos. En este marco ceremonial, una “fiesta
de las Suertes” o ‘zakmuk’ establecía la determinación de los presagios de los
doce meses del año (equivalente as u narración, su creación). Una representación
del descenso de Marduk a los infiernos era correspondido con una temporada de
tristeza y ayuno para la comunidad, que finalizaba con la reproducción por el
rey de la heterogamia del dios con Sarpenitum, en un intervalo de orgía
colectiva.
4.
Similares características presentaba el culto
jerosolimitano del antiguo ceremonial israelita del Año Nuevo, celebrando el
triunfo de Yahué sobre el dragón marino Rahab, abismo primordial de la
oscuridad y el caos. Los rituales, que también eran acompañados por una
polaridad de episodios reafirmaban la victoria de Yahué sobre la muerte y
explicaban una organización del mundo.
Con la
justificación eventual del mesianismo y del Apocalipsis resultaría constituida
una filosofía de la historia. Así, en la conciencia del pueblo hebreo la
victoria sobre los reyes extranjeros se convertirá en una victoria cosmogónica
5.
Hegel afirma que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Antes, ha
afirmado la libertad de la Historia frente a la repetitividad de la Naturaleza.
En la intención antihistórica del hombre primitivo, su
abolición del tiempo histórico y el menoscabo de la memoria, Eliade interroga:
¿podría concluirse en que las sociedades primitivas habrían
permanecido en la Naturaleza? ¿se observaría la nostalgia por un paraíso
perdido de la Humanidad? ¿era indispensable la condición de una vida ahistórica
para la afirmación de una voluntad de ‘ser’?
(continuará...)
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