Jingle Bells Hells, o el ocaso audiovisual del populismo




Corazones palpitantes asistirán a una conclusión dominical de la canción de Hielo y Fuego. Penosamemene, la pereza del guión y la corrección política coronarán la decadencia de una serie que supo cautivar un público a través de una dosificación impecable de realismo y fantasía.



La batalla definitiva ha llegado.

"Las campanas" resultó un capítulo digno de otra temporada. Varys ha cumplido con su vocación suicida, que ha mudado servicios como de si prendas de vestir se tratase. Los chetos Lannister han demostrado que la familia es lo primero, los hermanitos Clegane han resuelto su puja infantil por los juguetes del canasto... El elenco no sólo no ha defraudado, sino que ha demostrado su auténtica relevancia en esta producción audiovisual.

A su vez, la confesión reiterada del propio miedo por la entusiasta albina carece de respuestas acogedoras; la frialdad de su entorno, inexplicablemente repentina, convierte a viejos compañeros de andanzas en inoperantes, siendo consejeros adormecidos o prolijos especuladores. No se presentan grandes reparos al frenesí por el mando de los Siete Reinos, y un atemorizado Tyrion Lannister apenas puede suplicar piedad hacia la población de la ciudadela real. Extrañamente, el gozo del personaje por el baño de masas en las ciudades de Essos se ha disipado por completo.

La crueldad rutinaria del continente esclavista hizo posible que, ante la incipiente superioridad militar, las clases subalternas acompañen la promesa emancipatoria en un liderazgo. Distinto ha sido arribar a acuerdos en Poniente, donde esfuerzos burocráticos con lores arrogantes, su coartada de historias y tradiciones y su dominación a través de acuerdos e incentivos han llegado a episodios odiosos. El destrato hacia la reivindicante al trono puede transmitirnos, de alguna manera, su fastidio. Pero ésa, sin lugar a dudas, no es la objeción principal hacia el rumbo forzado del episodio.

No resulta novedoso en la oferta de series la construcción de historias complacientes con una audiencia fiel. Netflix cultiva con relativa audacia y oportunismo (por supuesto, también mucha demagogia) un cuestionamiento light del poder en el bipartidismo corrupto del sistema político y la ficcionalización a la carta de los problemas latinoamericanos bajo un nihilismo cómodamente bien pensante. En la dinámica de la temporada la serie de HBO pareciera transmitir nostalgia del brillo conseguido a fuerza de maquinaciones y diálogos: aún los personajes más repudiables sufren un humillante recuerdo ominoso que les moviliza hacia el renacimiento personal del poder. La serie parece haberse decantado brutalmente hacia la pereza del fan service. Sólo así se explica que una renovada Sansa -suerte de Mona Lisa conspirativa- y la superniña Arya Stark desafían el peso de los históricos candidatos al Trono de Hierro. El mentado empoderamiento femenino ha cambiado de representación, y los conservadores bonachones Stark han pasado a calificar en los primeros lugares de la audiencia. 

Empoderamiento genuino.

Podemos acordar en que nadie está privado de pasar un mal momento. Tenemos presente el recuerdo de una noche solitaria en el bar, sin el consuelo de parroquianos que nos anestesien del padecer semanal, y un rezo constante de un "trágame tierra". O un rechazo amoroso, como el del tierno Jon. Como toda promesa refundacional -"populista"-, finalmente a Daenerys debía ver serle vista la hilacha.  ¿No advirtieron en el discurso radical la deriva de una violenta insaciable? ¿no recuerdan que en su familia son medio loquitos?  

El domingo veremos el final de este ciclo de grandes de emociones, y la esperanza de un capítulo superador de esta mala versión de Carrie se mantiene intacta.

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