Pensando Bourdieu. Reseña de (1987) Cosas dichas, de Pierre Bourdieu (4)

4.    ¿Al pueblo lo que es del pueblo? (II)
¿Cómo se traslada este discurso en el campo político? Pues sencillamente, resulta “una estrategia [que] perite a aquellos que pueden reivindicar una forma de proximidad con los dominados colocarse como una suerte de poseedores de una surte de derecho de precedencia sobre el pueblo” (p. 154). Esta estrategia resultaría del “resentimiento suscitado por la quiebra de empresas intelectuales” o el “fracaso en la integración al grupo intelectual dominante”. A digresión del comentarista, recordemos que en el caso argentino, se vuelve nítida  la construcción de una cultura estatal que oficializará la figura del trabajador ganadero, asimilándose su identidad como síntesis de las características deseables del ciudadano argentino en un contexto de desembarco de importantes contingentes de inmigrantes, bases firmes para un romanticismo conservador en permanente radicalización.
En el campo político, la manipulación puede llevar
al establecimiento de analogías forzadas en defensa
de la verdad de partido en pos del sostenimiento del
lugar dominante. En la imagen, el presidente
Carlos Menem en un acto durante la campaña
presidencial de 2003.
Otra variante de la utilización del concepto de pueblo bajo una visión populista,  como rehabilitación del concepto de pueblo, con el efecto de hacer desaparecer los efectos de la dominación “interesándose en mostrar que ‘el pueblo’  no tiene nada que envidiar a los ‘burgueses’ en materia de cultura y distinción”  (p. 155), Bourdieu se introduce aún más contra un posicionamiento (presuntamente) políticamente correcto y cuestiona la validez de la definición de lo popular (háblese de cultura, lengua, etc.) en su relación con lo oficial-dominante. ¿Es acaso el rechazo que expone al lengua dominada? ¿es el estigma la única forma de reivindicar el signo de su identidad? Si la búsqueda de la distinción lleva a los dominados a afirmar lo que los distingue y constituiría como vulgares, ¿debe hablarse de resistencia? Y si, por el contrario, se reivindicara en nombre de lo cual existe la dominación, ¿habría resistencia? ¿y perder aquello que acusa de “vulgaridad” sería sumisión? Es, según Bourdieu, un punto de contradicción insoluble, inscrito en la lógica misma de la dominación simbólica, un juego en que “la resistencia puede ser alienante y la sumisión puede ser liberadora” (p. 156).
Arriesgándonos a vulgarizar las ideas, pero bajo el compromiso de corresponder a las pulsaciones posmodernas, no resulta menor permitir dos planteos breves. Estos escrito bourdianos, del año 1983 y con el Muro aún en pie, permitían pensar en una permeabilidad de lo político frente a resistencias reales y retóricas. Pero producido el declive de un polo ideológico, la vigencia de lo posmoderno o el inicio del neo-realismo estatal (situaciones ambas donde el sujeto político ha vuelto a las cadenas ante el ocaso de fuegos prometeicos), ¿no resulta acaso la pauperización un fragmento “saludable” de la diversidad social y cultural elogiada por la globalización? La diversidad de ofertas de “tours de la pobreza” bien recuerda las conclusiones de Pablo Rieznik (Un mundo maravilloso) negando el aparente progreso de la humanidad o el escepticismo europeo de Daniel Cohen (Tres lecciones sobre la sociedad post-industrial).
Del mismo modo que la acumulación estatal de riqueza siempre se debió a acciones de regulaciones y apropiación del excedente, ¿puede pensarse la apropiación de poder político “nacionalizando” y redistribución de derechos y riqueza por vías alternativas? ¿No resulta acaso perfecta la relación interna de gobiernos fuertes y sociedades (más que débiles) históricamente debilitadas? ¿es compatible el orden social equitativo con la aherrumbre de las concesiones liberales? Vale recordar una vez más el histórico encuentro entre Fidel Castro y Salvador Allende documentado en el El diálogo de América, donde el presidente chileno niega la virulencia de las clases dominantes y da por irreversible el proceso socialista chileno. También la década del 90 evidenció como gobiernos latinoamericanos desinteresados del destino de los grupos más precarizados podían alcanzar una alta movilización y adhesión popular a través de la manipulación de la historia política y la utilización de insumos selectivos.
Aunque estas cuestiones se mantienen vigentes, particularmente al interior de la pragmática marxista, la posible armonización de valores e intereses en un mundo en que persiste en la competencia y la destrucción nos recuerda la lejanía del hombre con una naturaleza angelical.
Pareciese no marrar Bourdieu cuando afirma que “la resistencia se sitúa en terrenos muy distintos del de la cultura en sentido estricto, donde ella no es nunca la verdad de los más desposeídos” (p. 157). Paradójicamente, la lucha cultural conjuntamente con el rumbo político dependerán esencialmente (nos arriesgamos a considerar, aún sin la palabra del sociólogo francés) del estado de la cuestión social y la capacidad de organización genuina para una transformación real instituyente, habida cuenta de que las definiciones de valor dependerán ante todo de la intensidad de la dominación clasista. Por eso mismo, ante el hecho de la dominación política (la de los aparatos) conviene pensar junto con Bourdieu que la revolución contra el clero político de la revolución está siempre por hacerse.

5.   A modo de conclusión

Coherente con una línea de pensamiento, Cosas dichas explicita los conceptos e ideas de uno de los intelectuales más influyentes de su época, siendo una obra que,  aun siendo quizás un ejercicio de ego, resume una trayectoria de labor critica, interpela y problematiza presupuestos, profundiza genealogías de ideas y traza líneas de análisis para futuras investigaciones. Sin lugar a dudas, el pensamiento crítico es deudor de sus síntesis entre la determinación económica del capital simbólico en las sociedades capitalistas y la búsqueda de la racionalización de los dispositivos de poder de Foucault, conjunción tan necesaria en sociedades que conceden permanentemente su libertad a los expropiadores de la legitimidad de la violencia.

El problema que pareciera arrojar, entonces, la obra de Pierre Bourdieu es qué hacer con la dominación vivenciada, una pesada carga de la conciencia que nos iguala en la diversidad humana. 

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