Pensando Bourdieu. Reseña de (1987) Cosas dichas, de Pierre Bourdieu (3)


 3.   ¿Al pueblo lo que es del pueblo? (I)

La tarea académica se convierte en un análisis científico de reconocimiento de la dominación, un paso necesario en toda búsqueda emancipadora. Así, Bourdieu suele reiterar tres formas de dominación: la (presuntamente científica), la cultural y la política.
Con la reducción de las voluntades colectivas a números de porcentajes, inicia el cuestionamiento a la autoridad de los sondeos de opinión (“El sondeo, una ‘ciencia’ sin sabio”). La falsa universalización del contenido de los datos sobre “lo que todo el mundo se plantea” (negando la elaboración pormenorizada e inducida de los cuestionarios), la ausencia de profundidad sobre la categorías intervinientes y la desposesión de las masas en beneficia de los cabecillas expondrían el potencial comercial de los sistemas políticos y la des jerarquización social de las autoridades de la representación pública. La negación de la cientificidad de los resultados de los sondeos no omite la valoración del método, una estrategia de utilización de argumentos ad hominem que descarga a las personas de las responsabilidades que les incumben más que exitosa en tiempos de política mediática.
La obra contiene el que quizás sea el texto más célebre de Bourdieu, “La delegación y el fetichismo político”, donde vuelca su posición sobre la calidad de la democracia y la idoneidad de una idea de representación política. En esta oportunidad, recuerda como el trabajo de delegación es olvidado, y reificado se vuelve en principio alienación política, donde la ida de fetichismo de Marx aparece como un “producto del hombre dotado con vida propia”.
A través de esa delegación, el representante utiliza la voz del grupo (o de sus mandantes), concepto que Bourdieu denomina misterio del ministerio. El uso de la delegación inconsciente y la apropiación de la autoridad del grupo por parte del mandatario es correlativo al establecimiento de un cuerpo estable de figuras en la conducción. Para ejemplificar, recuerda los estudios de Marc Ferro sobre los inicios de la Revolución Rusa, cuando a la inicial etapa de deliberación y participación es sustituida por la asignación de delegados por el poder central, en distintos ámbitos, con órdenes y objetivos precisos. Con ese pasaje se produce una institucionalización burocrática que tiende a monopolizar el poder volviendo inútil la participación en las asambleas. Se llega así a la conclusión paradójica de que los mandatarios concentran el poder aun prescindiendo de miembros permanentes, fieles o militantes, ya que la organización tiene un sello propio, una cultura específica y un aparato. Así, el aparato siempre tiene la razón y exige que periódicamente sea nutrido por cada uno de sus miembros.
La dominación política no puede ser pensada independientemente de la dominación cultural. Esta relación entre la voz nominante y los sujetos es singularmente reconocida en “Los usos del ‘pueblo’”. Con genio agudo y receloso, el nudo del planteo se dirige a pensar si lo popular es verdaderamente lo popular, y a partir de que discusiones se configura el reconocimiento de lo popular.
Pues bien, Bourdieu asocia al establecimiento de lo popular con “apuestas de lucha entre los intelectuales”, cuyas tomas de posición dependen en su forma y contenido de intereses específicos ligados a una posición ocupada en un campo de producción cultural. Así, la remisión al “pueblo” suele vincularse al elogio de un particularismo, sea la idealización de las costumbres de una población o los orígenes humildes del intelectual, que suele ocupar posiciones dominadas en el campo de producción. 

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