Choque de cometas. Reseña de “De la monarquía”, de Dante Alighieri

ALIGHIERI, DANTE. (1310) De la monarquía, Biblioteca Losada Contemporánea,  Buenos Aires, 1966, traducción del latín de Ernesto Palacio.

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acido en Florencia, Dante Alighieri (1265-1321) fue un activo partícipe de la vida política itálica, marcada por el conflicto entre güelfos (imperialistas) y gibelinos (papistas), originado en una disputa de casas alemanas. En 1289 luchó en la Batalla de Campaldino junto a los Caballeros Florentinos Güelfos, ocupando luego órganos deliberativos florentinos y funciones diplomáticas. Iniciada una división y luchas violentas entre güelfos, hacia 1302 se verá expulsado de Florencia hasta su muerte. En 1310, año de la invasión a Italia de Enrique VII de Luxemburgo, Dante publicará una obra teórica escasamente divulgada y reconocida: su tratado De la monarquía. En ella, el autor intenta resolver las disputas entre el poder espiritual y el poder temporal y su incidencia conflictiva al poner en cuestión la legitimidad del ejercicio de poder de los distintos soberanos.
La primera cuestión que desarrolla Dante en su “Primer Libro. Necesidad de la Monarquía” es el deber de los intelectuales en hacer público su entendimiento sobre lo político como contribución a los pueblos. A través de este saber/deber, se introduce en la descripción de la Monarquía, institución de gobierno que caracteriza como “Imperio, Principado Único”. El hombre, criatura especializa con una propiedad de género (la potencia intelectiva) encuentra  su máximo desarrollo en la felicidad que garantiza le orden de la paz. “Como la parte es al todo, así el orden parcial al total”. Siguiendo planteos aristotélicos, entiende que la universalidad humana pertenece a su universo, por un principio de unicidad, representado en la figura del Monarca. Este monarca ejercitaría su función política por características personales de virtud (“austeridad”, “rectitud”), carisma (capacidad de “disponer de los otros”) y un ejercicio de poder de hecho (“jurisdicción universal”). La mejor disposición de loso súbditos y la necesidad de encauzar los litigios entre partes, reconocidas formalmente como soberanos menores, ameritarían la acción de este representante a la finalidad de 1) otorgar bienestar, 2) ordenar a un fin y 3) evitar la división. Esta situación favorece el mejoramiento humano debido a que es perfecto e imita la ejemplaridad, favoreciendo el goce de la libertad al asegurar la concordia y la paz.
Dante guarda una visión peyorativa hacia la democracia, la oligarquía y la tiranía, considerándolos regímenes tortuosos que “mantienen en la servidumbre al género humano” por obra de “políticos tortuosos”. Por el contrario, reyes y aristócratas gobernarían haciendo que el género humano “vive por sí y no por gracia de otro”, haciendo “pueblos celosos de la libertad”.
Seguidamente, Dante expone las razones que han favorecido el protagonismo histórico del pueblo romano, en una legitimidad fundada en al “lumbre de la razón humana” y “rayo de la divina autoridad”. En principio al pueblo romano, por ser el más noble, le correspondería gobernar sobre los otros, según lo constata Virgilio en la herencia del divino Eneas, héroe “piadoso” y “justo” que aglutinaría un crisol cultural de cada una de las tres partes de la tierra tripartita: Europa dio a su abuelo Dárdano, África a su abuela Electra y a su esposa Dido y Asia a sus abuelos más próximos (tal el caso de Asaraco de Frigia). Del mismo modo, los romanos se habrían visto favorecidos por numerosos milagros, tales como la dación de escudos desde el cielo en una batalla dirigida por Numa, el graznido de gansos que advirtió sobre la invasión gala o el granizo que afectó a los fenicios cuando Roma parecía conquistada. Entiende Dante que el obrar de los romanos ha sido virtuoso y suficientemente demostrado en Cincinato (que abandonó rápidamente el cargo de dictador al cumplir el mandato del Senado), Fabricio (quien siendo de humilde condición, no se dejó sobornar), Camilo (que libertando Roma, aceptó el exilio impuesto por los habitantes de la ciudad), de Brito y Marco catón (por su celo republicano) y de Mucio (quién sacrificó su mano para demostrar lealtad a Roma). El pueblo romano, al someter el mundo, persigue el bien público al establecer el derecho, aspecto que otorgaría legitimidad a la conquista.
¿Cuáles son los fundamentos para avalar la jurisdicciónen la disputa del poder temporal y el poder espiritual?
La naturaleza ordena las cosas, interviniendo una serie de operaciones necesarias y multitud de agentes. El juicio de Dios puede entenderse por revelación simple, comprendiendo la “decisión espontánea de Dios” (puede ser expresa o por signos) o “por ruegos”. Otra forma de expresión de la voluntad divina es la revelación pro combate puede darse “por suerte” (interviniendo una acción divina) o “por certamen” (consistente en un duelo). El pueblo roano predominante sobre los otros pueblos conquistadores, en pugna por ejercer el Imperio, adquiere sus posesiones por duelo, cuidándose de obrar con justicia tal como lo recomiendan los tratadistas militares Tulio y Vegecio. Así, los combates entre Eneas y el rey Turno, el enfrentamiento entre los Horarios y los Curiacios y las sucesivas luchas contra sabinos, samnistas, Pirro y cartagineses habrían conformado disputas justas por conducir y ceñir al universo en el orden imperial. Una evidencia de la legitimidad divina dada a Roma estaría dada en la inscripción por edicto de Cristo como hombre al nacer y en la aceptación del castigo administrado en la jurisdicción romana de Pilatos. 
La legitimidad de la jurisdicción exclusiva universal es la temática inspiradora que se aborda de lleno en el “Tercer libro. Que el cargo de la monarquía o Imperio depende inmediatamente de Dios”.  Comienza con una cita de Daniel: “Cerró la boca de los leones y no me hicieron año, porque en su presencia encontró en mí justicia”. La frase se introduce para retomar la vinculación entre naturaleza y plan divino, considerándola ajustada a un fin ¿Podría entonces el Imperio nacer, perdurar y consolidar una superioridad de fuerzas frente a cualquier otra forma de poder sin una jurisdicción divina? El problema radicaría, según el autor, en la negación obstinada del Sumo Pontífice, sensualistas hombres de la Iglesia y decretalistas (estudiosos de las doctrinas de la tradición de la Iglesia Católica), quiénes “por la niebla de la codicia o la pasión, no disciernen la faz divina de la elección humana”.
A continuación se repasan las distintas teorías papistas sostenidas en las Sagradas Escrituras.

·         Según el Génesis, Dios hizo dos grandes luminarias referentes a dos regímenes, siendo la mayor el Sol (el poder espiritual) y la menor la Luna (temporal).
·         Del texto de Moisés, se extrae que del linaje de Jacob surgen estos dos regímenes, antecediendo Leví (representación del poder espiritual) sobre Judá (poder temporal)
·         Del libro de reyes, se invoca al nombramiento y deposición de Saúl bajo la intercesión de Samuel.
·         Se señala el texto de Mateo, sosteniendo que Cristo recibió la concentración de ambos regímenes al recibir incienso y oro.
·         La frase de Cristo “Y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”, de lo que se arguye la autoridad del sucesor de Pedro. Otro tanto sucede con el señalamiento de “He aquí las dos espadas” a Pedro.

Estas argumentaciones son citadas una a una y cuestionadas. El ser de las cosas, la falsedad de la autoridad de nacimiento, la legitimidad especialísima de los excepcionales casos de mandatarios de Dios, la confusión entre la autoridad de Cristo y la de Pedro y sus sucesores y la interpretación de la espadas como símbolo de defensa de la fe en el mundo terrenal son algunos de los argumentos con que se dan por refutadas. Otro tanto sucede cuando se relaciona la historia del Imperio y el Papado, en donde la donación de Roma por Constantino y la recepción de la dignidad imperial de Carlos por el Papado son gestos del poder espiritual que consolidan un poder superior preexistente.
La autoridad del Imperio es independiente entonces, por principio, del poder espiritual. La expresión de la Iglesia militante representada en Cristo evidenciaría la autoridad del Mesías únicamente en el reino de los cielos. El hombre, punto medio entre lo corruptible y lo incorruptible, ha sido destinado por la Providencia en una “doble dirección”: ser guiado por la verdad revelada hacia la vida eterna por la Iglesia y la de vivir en la paz y libertad forjada por el Imperio. Ello no implicaría que el Monarca cercenara o atacara la potestad del Romano Pontífice, sino que la propuesta final es la reverencia al último de modo  que la virtud irradie sobre el orbe terrestre.
La edición contiene una valiosa exposición de Juan Llambías de Acevedo, profesor de la Universidad de Montevideo, leído en la Muestra Bibliográfica de la Filosofía católica que tuvo lugar en Buenos Aires en noviembre de 1939. Allí, desarrolla las ideas del período histórico, la disputa teórica sobre la superioridad de los poderes desde el Papado de Gelasio I, dando testimonio finalmente de los nuevos ribetes de la cuestión que lo vuelven un problema real y no ficticio.

La obra aborda un tópico recurrente de la Edad Media referido al imperium unviversalis pero cuyo aspecto esencial continúa irresoluble y plenamente vigente: la determinación de la legitimidad de una jurisdicción universal en un contexto de disputa dual ¿Qué soportes legitiman una posición? ¿Dónde quedan los límites de acción y representación de un poder soberano?

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