Guerra, utopía y medicalización
“En una
reciente reunión sobre el meprobamato, reunión en la que participé, un eminente
bioquímico propuso en broma que el gobierno de los Estados Unidos obsequiara al
pueblo soviético con cincuenta mil millones de dosis del más popular de los
tranquilizadores. La broma tenía su aspecto serio. En una competencia entre dos
poblaciones, una de la cuales están constantemente estimulada por amenazas y
promesas y constantemente dirigida por una propaganda que señala siempre el
mismo camino, mientras que la otra, de modo no menos constante, es distraída
con al televisión y tranquilizada con el Miltown, ¿cuál de los dos adversarios
tiene más probabilidades de imponerse?” (HUXLEY,
ALDOUS. (1958) Nueva visita a un Mundo Feliz (Brave New World revisited), Seix
Barral, Buenos Aires, Barcelona, 1984, traducción de Miguel de Hernani, pp.
112-113)
El interrogante relativo
al fortalecimiento de la unidad rival en la rigidez de una conducción
centralizada y ungida por el credo ideológico mayoritario ha sido objeto de
estudio de los científicos sociales estadounidenses desde los primeros
encuentros internacionales. Era previsible. Después de todo, ¿qué son, sino
loas creencias y las ideologías, los elementos constitutivos de una identidad colectiva
y una memoria histórica? Sencillamente una unidad humana condicionada para ser
expulsado de la historia.
Tampoco abastece la moral
la condición de invulnerabilidad sino cuando el dominio de la técnica persuade
de la inutilidad del acto de agresión. No sería razonable comprender la tensión
del mundo multipolar sin reconocer la evolución de la industria de
aniquilamiento-altamente desarrollada en los bloques en pugna- capaz de prever
escenarios de Destrucción Mutua Asegurada (MAD). Las experiencias defensivas de
contendientes con una tecnología de muerte incompetente quedan expuestos en los
episodios de Afganistán (2001) e Irak (2003).
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Huxley se interroga por el futuro de la civilización occidental con pesimismo hacia la racionalidad instrumental. |
Huxley problematiza con
sutileza el conflicto de una sociedad occidental avasallada por la
incertidumbre y relajada bajo la farmacología y el entretenimiento. Conservador
receloso y perspicaz, visualiza la conversión de las democracias liberales en estructuras
administrativas de consumo de masas y control social, que sientan un modelo
político de mercado de goces materiales exportable y definible “la Democracia”,
pero en términos de calidad humana, un grotesco imperio de chucherías. Sin
asistir al pleno despliegue de estas directrices ideológicas (Post-Modernity), el sentimiento
religioso del autor (a semejanza de El Salvaje, su alter ego en Brave New World) revela la abdicación de
la fe en la ciencia de sus progenitores y la inestabilidad de la definición de
una esencia de la condición humana en una especie enajenada de utopía
civilizatoria.
Mientras Occidente
propiciaba la anulación del sujeto cartesiano y asistía a una antagónica épica
de la trascendencia colectiva, la inquietud huxleyriana sobre la posibilidad de
libertad ante al mediación existente entre acceso y ejercicio de las libertades
individuales apenas hallaba deliberación en el Centro; en tanto, la Periferia
era escenario de aniquilación en la imposición del estándar occidental de vida.
Aldous Huxley no pudo ver
la derrota de la Unión Soviética. Pero pese al entusiasmo actual por un “mundo multipolar”, la universalización del
neoliberalismo y, en consecuencia, la concentración de la propiedad fundada en el
avance sobre la apropiación de los asalariados, la corrupción estatal y el
mercado ilegal dan cuenta de la singularidad del momento para la proyección de
un sujeto diferente y un orden social superior, acaso sólo posible en la suspensión de la industria despersonalizante
y homogeneizadora.
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